jueves, 29 de enero de 2009

Leibinz era el teleoperador ideal. Nómadas contra mónadas.

Señor Hammet, hoy me pongo serio.

"No sois máquinas, hombres es lo que sois". Es difícil discutirlo. Cada uno de los errores que cometo en mi curro es por ser más humano que máquina. Cada bronca que me gano, cada mención a la necesidad de tomar medidas, se debe a haber puesto demasiado de mí mismo, añadir un despiste creativo a la tarea del día.

Sin embargo, así lo querían. No buscaron teleoperadores experimentados, al contrario, querían tablas rasas, sin mecanismos interiorizados para poder, libremente, construir, sobre nosotros, los nuevos, lo adecuado a la política de la empresa. Reglamentar un procedimiento, un comportamiento. Contra el ser humano (o eso pasa por ser Alejandro R. M.), pero también partiendo de él. El proceso disciplinario no es sólo una imposición, un reamoldeamiento, sino que parte de mis propias características: de mi capacidad para poder olvidar y concentrarme en mi tarea. Es un equilibrio frágil, en el que se mueven los departamentos de recursos humanos y la selección de personal. Muchas empresas, que han mecanizado enormemente el proceso de trabajo del teleoperador, buscan simplemente gente que apriete botones, haciendo circular por ellas un flujo de trabajadores importante: como los clínex, los van usando y tirando. Otras empresas, por el contrario, están más interesadas en construir su propio trabajador y, para ello, necesitan que se equivoque. Error-disciplina-error-disciplina... un proceso de afilado, de concrección de mis movimientos hacia lo que ellos esperan. De sacarle punta al lápiz.

Yo no voy a salir a estas alturas con ninguna historia del "encuéntrate a ti mismo", pero quiero hacer referencia a lo que sobra, pero queda adherido. El proceso de trabajo construye al currito, da una unidad práctica a eso con lo que tampoco le es sencillo relacionarse: su propio cuerpo. Para mí, los mandatos de mi jefa, cuando me dice: mira todo lo que te has saltado, mira cuántos errores, esto demuestra que no prestas la suficiente atención, no te concentras lo suficiente; todo esto me recuerda enormemente al tópico: déjate llevar y disfruta, al "simplemente, vive el momento". Me refiero a la forma en la que me pide que me concentre.

Dashiell, no hace falta que te diga que yo no soy neurocirujano. El trabajo que realizo es enormemente simple, para cumplir con ello, de lo que se trata es repetir, repetir con verdaderas garantías de que no te saltas ningún paso del algoritomo multiplicado por sí mismo unas 250 veces en una tarde: teléfono-pantalla-papel-pantalla. Si lo sigues correctamente, no hay error posible, pero si no, en alguna de esas 250 repeticiones puedes cagarla. Es más, vas a cagarla. Para ello, como solución, aparece el "relájate y déjate llevar" de mi jefa. Deja tu mente en blanco y disfruta de tu nuevo entretenimiento de tarde, como si fuera una especie de repetitivo bricolage por el que, además, te pagan. Hay un folclore de la coacción, que me es difícil no relacionar con la lógica del "relájate y disfruta" de un masaje. De hecho, vendría a ser así: si superas tus resistencias, tus patológicas resistencias al trabajo, estarás disfrutando de un clima agradable, sin esfuerzo físico y con unas pautas que has interiorizado y que... simplemente tienes que dejar que funcionen. ¿Qué problema habría en pasar de un empleo mal pagado y tedioso, como lo percibes ahora, a ocio por el que recibes, además, una cantidad de dinero que te paga el alquiler y la comida? Quien se resista a ser feliz, ¿a caso no está loco?

Pues sí, a eso me refería, nunca terminamos de resistirnos, nunca conseguimos rendirnos a la felicidad completa, y mira que resulta tentador. Gottfried Wilhelm Leibniz (otro primo de Gwyneth Paltrow) era un muchacho muy aplicado que escribió, de alguna forma, sobre ello.

Leibniz era un gran matemático, descubrió el cálculo infinitesimal, reputado físico, jurista, y filósofo. Para Leibinz existen las mónadas unidad básica de la realidad. Las mónadas no están comunicadas entre ellas, sino que son indivisibles, sin ninguna contradicción interna posible, no provienen unas de otras, sino que fueron creadas y pueden ser destruidas, pero no entre ellas, sólo através de la participación de Dios. Bien, el orden de las mónadas y, por tanto, cómo construyen la realidad, no se debe a la relación que hay entre ellas sino a Dios. Es decir, Dios las ha organizado dando lugar a nuestro orden social. Así aparece el concepto de composibilidad en Leibniz. Vamos a tomar el siguiente ejemplo prestado de una página web que lo explica realmente bien (http://www.hottopos.com/mp2/leibniz.htm):

"Qué quiere decir Leibniz con composible? En la concepción tradicional es posible lo que no es contradictorio; por ejemplo, un círculo cuadrado es imposible porque justamente hay contradicción entre la circularidad y el cuadrado. Pero si ustedes preguntan si es posible el centauro -mitad hombre, mitad caballo-, bueno, sí. O la sirena, que es mujer y pez -siempre he pensado que no sabría lo qué hacer con una sirena: si enamorarse o comérsela con mayonesa...

Son posibles, diría Leibniz, con posibilidad abstracta, pero no real, no son composibles: es decir no puede haber un organismo que sea mujer y pez, o hombre y caballo... no hay una posibilidad real, una posibilidad concreta. Ese concepto de composibilidad es sumamente importante, porque el mundo está regido por el principio de la composibilidad: las cosas tienen estructuras que las hacen a algunas composibles y a otras no: hay problemas importantes de coherencia en la realidad. Dios ha creado el mundo con el mayor bien posible (de lo que es composible): y así no es que el mundo sea óptimo; sino que es el mejor de los posibles, el que tiene mayor grado de perfección posible, tomando la realidad en conjunto. Lo que pasa además es que esto se debe aplicar teniendo en cuenta que nosotros no conocemos el mundo, no conocemos más que muy parcialmente el mundo: imaginen ustedes con todo lo que ha avanzado el conocimiento del mundo, por ejemplo, desde Leibniz hasta ahora y el número de cosas que ignoramos -es abrumador: sabemos una pequeña fracción de lo que había que saber..."

Si pudiéramos tomar el punto de vista de Leibniz, seríamos extraordinarios teleoperadores. De hecho, el propio proceso de trabajo del teleoperador (como el de muchos otros) tiene una aplicación directa con esta filosofía. Los "casilleros" en de trabajo, en los que nos separamos unos de otros para que no entremos en relación, todo lo que escribí antes sobre quién ordena nuestro funcionamiento, ... al fin y al cabo, el teleoperador es una mónada. Si pudiéramos olvidar, superar, tejer, lo que sea, nuestras contradicciones, estaríamos en el mundo más feliz posible. Y ese es el mensaje diario de mi jefa, que es una mujer que siente un gran afecto por mí. Quiero decir que mi jefa me muestra un camino, un sentido. No se trata simplemente de "cumplir", existe una forma de "cumplir" superior, que te lleva a una mayor perfección en tu trabajo, a que no se contraponga con tu vida, etc.

Pero, ¡ay, demonios!, soy un puto torpe. Un torpijo, que me dice Anita Guardia (aunque nunca entenderé lo de "-pijo", pero Anita, y su lenguaje, merece que le prestemos más atención en otro momento). No lo consigo. Por más que quiero, me es imposible plegarme a ese ideal, a esa mística del buen teleoperador, pero es una imposibilidad profunda, no sólo de ideíllas de progre. Soy incapaz de trabajar sin desconectar y no pensar en otra persona, no sé, alguien que esté lejos, una conversación larga, un... Soy incapaz de no querer hacer un chiste con el nombre de un cliente que ha aparecido en la lista, soy incapaz de no querer compartirlo con mis compañeros... Pero, tanto yo como cualquiera de mis compañeros, y ahí entra mi jefa, de nuevo. Ella, propagandista de Leibinz hoy, no quiere a un Leibinz muerto y dogmático, sino que quiere que su pensamiento brille en nuestra oficina, así que, consciente de la dificultad práctica de este ideal, trata de actualizarlo y flexibilizarlo. De esta manera, aparece Leibinz, y la realización personal como teleoperador a través de la filosofía, en la oficina central de una empresa cuyo negocio entra, legalmente, en el terreno de la estafa al menos en una ocasión por llamada (250 veces al día por cada trabajador sólo del call-center, sin incluir a todos los trabajadores de calle), en cuyo edificio he visto a Alfonso Guerra (sic) y un actor español de comedias de situación cuyo nombre me es imposible situar; tiene que presentarse como parte de una doble moral. Señores, sí, simplemente porque los viernes estamos hasta los cojones, todos, incluso nuestra apostol leibinziana.

Y es que, si nuestra soledad es política y tiene su propio ideal imposible, también tiene su propia resistencia y, en definitiva, que las mónadas no sean mónadas, sino sean personas, y se equivoquen, y se tronchen con la situación, y se toquen, y se encuentren, es algo que, de una forma u otra, ocurre. La forma en la que este encuentro, que sí o sí termina por ocurrir, esta pereza ante el ideal que podria hacernos felices vegetales, significa que existe un punto de apoyo para buscarlo. Es decir, de alguna forma, vamos, hay una manera de ir "a favor de corriente" frente a la corriente dominante. Porque existe una corriente subterránea del encuentro, y esto ya no es un guiño, es una alusión deliberada, y que (me) emociona, porque pone todo en relación con una posición a la que trato de ser fiel, aun cuando ni siquiera lo pretenda.

Y siguiendo con el mismo (guiño), dice el último libro del establecedor (sic, id est, sin intento de corrección) A. A. Coterillo:

"Ahí está, incontestablemente, la clave de bóveda de la lógica de Sartre. Si el hombre no es verdaderamente humano -es decir, capaz de reciprocidad con el Otro- sino en la revuelta, que disuelve la serie, no hay unidad humana sino en el antagonismo, en la violencia."

Entonces, frente a la vida de mónadas (Leibinz), o de serie (Sartre), tendríamos

- la vía de mi jefa: doble moral y conjugar la mística del trabajo con el buenrollismo yanki de encuentros de empresa en la sierra, escenas desenfadadas de oficina en la que cuenta "sus cosas" con su marido,

- o la revuelta (propuesta por el propio Sartre en el párrafo que antes citamos).

Hablamos en otra entrada sobre los nómadas, y cómo siguen su corriente subterránea. Bien, la revuelta es contra la serie y a favor de una corriente subterránea y, desde esta discusión, podemos entrar a pringarnos en el último punto, el último salto argumental: el que nos lleva del "antagonismo" a la "violencia" con una simple coma.

Pero, por el momento, sólo insertar una cuña publicitaria: desde Arte y Acción están sacando una series de materiales para hacer efectivos estos encuentros, es decir, hacia la revuelta. Al ya existente "Gramática para tiempos de confusión" se une ahora "Palabras a iluminar". Voy a empezar a poner en práctica esto en el Metro, pero podria hacerlo cualquiera, con estos y con otros materiales. El soporte para la revuelta.

http://www.teatroycompromiso.com/noticias.php?not=43

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